Escribo esto desde una habitación en el centro histórico de Nápoles. Espero que internet funcione, porque como falle, te quedas sin newsletter. El jueves me quitaron 17 puntos de la pierna izquierda y me vine para Italia con dos amigas a comer más pizza, sfogliatelle y frittata de la que me atrevo a confesar.
Marzo ha sido un mes glorioso. Me ha dado todo lo que le pedía y, si escuchas el podcast de esta newsletter, sabrás que no era poco. Me ha dado incluso más. Una barbaridad.
Encaro abril con la misma energía y muchos planes en la agenda. Para empezar, te hablaré de una tienda que visito semanalmente. Seguiré con un artista joven que tiene su estudio en el Raval y un universo pop, bizarro y costumbrista que me encanta. En el punto tres rescato las preguntas que me hizo Marita Alonso hace unos días sobre hombres, libros y sexiness. En el punto cuatro solo hay imágenes. Estaba cansada, necesitaba relajarme y a mí la paz mental me la dan las fotos. En este caso, de invitaciones.
Acabo escribiendo de algo que odié, ahora agradezco y de la emoción que puede causar un arte que, a la vez, es una necesidad básica. Luego te lo explico.
Venga, me bajo a la calle a seguir disfrutando del caos napolitano.
Arrivederci!
Punto #1 Casa Perris
Cambiar de trabajo no significa solo cambiar de compañeros, tareas o rutinas. Cambian los horarios, las calles por las que pasas, la gente con la que te cruzas y, en el fondo, es un pequeño giro vital que también te transforma a ti. Se nota especialmente cuando te trasladas a otro barrio por el que antes solo paseabas. Un lugar que te parecía ajeno, en el que te sentías turista pese a estar en tu propia ciudad. Y, poco a poco, lo que era extraño pasa a formar parte de tu rutina.
Hace cinco meses empecé esa transformación. Abandoné el Raval y Sant Antoni (barrios de los que sigo enamorada) para abrirme al mar, como la Barcelona olímpica, a través del Gótico y el Born. Al mediodía me escapo a pasear, cambio el recorrido de vuelta a casa para descubrir librerías, peluquerías, bibliotecas, hornos, bares… y hoy quiero hablarte de una tienda que visito religiosamente cada semana: Casa Perris.
Sacos abiertos, legumbres y olor a cereal tostado. Esta tienda de techos altos es un festín de harinas, arroces, especias, frutos secos, tés, cacao y mil cosas más que no sabías que necesitabas. Arroz verde, ¿en serio, Leti? Casa Perris es ese sitio al que vas a por avena y sales con sémola, tres tipos de chocolate, pistachos, dátiles más gordos que un pulgar, coco rallado, laminado, en daditos y una pasta con espirulina “porque tenía un color bonito”. El paraíso de los alimentos de calidad a granel.
Casa Perris abrió sus puertas en 1940 en el Born, cuando el barrio era todavía el “almacén” de Barcelona. Nació como tienda mayorista para abastecer a restaurantes y ultramarinos de la zona, vendiendo legumbres, cereales y frutos secos a peso, sin pretensiones. Su clientela eran cocineros de toda la vida, comerciantes del barrio y algún que otro curioso con buen paladar.
Con los años, mientras Barcelona se transformaba y los supermercados ganaban terreno, Casa Perris se mantuvo firme. En los 90 decidieron abrir también al público general, y el boca a boca hizo el resto. Hoy ofrecen más de 1.200 productos a granel, desde arroz venere hasta harina de castaña y lo hacen con una calma que se agradece.
Nada ha cambiado demasiado, siguen los sacos, el suelo de madera, los dependientes que saben lo que venden y te resuelven cualquier duda. Pero también se nota que están al día: etiquetas claras, productos ecológicos y mezclas propias.
Una tienda del pasado que se mantiene en plena forma.
Punto #2 David Macho
El año pasado, en el VIP del Sónar, mi hermana y yo le dimos una chapa tremenda a David Macho. Tan tremenda que sigo pensando que no sabe quién somos, pero si nos ve huirá. Y es que, de los artistas contemporáneos jóvenes es uno de los que más me llaman la atención, me interesan y me atraen. Me flipa todo lo que hace, cómo lo hace y cómo lo explica. Es “El Bosco de nuestros días”, o eso le repitió mi hermana cuatrocientas veces en media hora.
Su trabajo es puro horror vacui molón. Si entras en su universo, prepárate para una explosión de referencias visuales, culturales y emocionales. Un buen viaje. Es un remix caótico entre la estética pop de los noventa, la adolescencia sin filtros, la ternura travestida de provocación y un sentido del humor afilado y juguetón. Es ácido. Él mismo define su identidad artística como “una habitación muy desordenada de un adolescente con resaca de tres días”.
Nacido en Santander, David se mudó a Barcelona para expandir horizontes. La ciudad, con su mezcla de tradición y escena contemporánea, le ofrecía algo que su tierra natal no podía: comunidad, estímulos y oportunidades. Y lo aprovechó. Desde entonces no ha dejado de crear, explorar y conectar.
David Macho es todo menos previsible. Es frágil y feroz, sentimental y salvaje, político y pop. Y si algo tiene claro es que el arte no es solo una forma de expresarse, sino también (y quizás sobre todo) de resistir.
Su nombre estaba en mi libreta de puntos pendientes desde hace más de un año y, finalmente, tras ver este vídeo en Instagram me he animado a escribirlo.
Punto #3 Reading is Sexy
Hace unos días, Marita Alonso me escribió para hacerme unas preguntas para Icon de El País. La cosa fue a más, se sumaron voces, y al final salió un tema chulísimo. Como le estuve dando bastantes vueltas y sospecho que no todas lo habéis leído (porque la vida, porque el scroll), dejo por aquí el cuestionario:
¿Cuán importante es que un hombre lea para que lo consideres sexy?
Importantísimo. Un hombre que lee es un hombre que entiende que hay más mundos que el suyo. Significa que tiene curiosidad, que sabe escuchar, que ha viajado sin moverse de su casa y que, probablemente, tenga un mínimo de conversación. Y no hay nada más sexy que una buena conversación. No hablo de soltar monólogos pretenciosos, sino de ese ir y venir de ideas, de referencias, de chispazos inesperados.
Los mejores conversadores suelen ser los que leen, viajan y salen mucho. Porque han visto cosas. Y sí, si un hombre no tiene ni un solo libro en casa, mejor salir corriendo. Como decía John Waters: "Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo folles".
¿Importa el género? Porque si está leyendo el clásico de señor hetero “Cómo ser rico en diez días”…
Si el tío es un crypto bro que solo lee sobre cómo hacerse millonario en 24 horas, es un NO rotundo. Esos libros de autoayuda financiera con títulos como "Piense y hágase rico", "El monje que vendió su Ferrari" o "Los secretos de la mente millonaria" me parecen de un normie soporífero. Y encima te intentará meter en un esquema piramidal.
Igual de preocupante es el que solo lee "lo que hay que leer". Es decir, la lista oficial de hombre hetero culto: Borges, Bolaño, Foster Wallace, Houellebecq. Cero problema con que lea eso, el tema es si no sale de ahí. Si su librería parece un starter pack de "soy un intelectual, lo juro", pero no ha tocado un solo libro escrito después del 2005, tenemos un problema.
¿Y si ves que solo tiene libros escritos por hombres? ¿Y si está leyendo a una autora, sube el sexy?
Uf, tema delicado. Si entras en su casa y todo lo que tiene es literatura de tío para tíos, con personajes masculinos profundísimos y mujeres que existen solo para que el protagonista tenga una crisis existencial, es una bandera roja. Es como si en su universo solo existiera la experiencia masculina. ¿Dónde están las voces femeninas, las miradas distintas?
Ahora, si descubres que lee a mujeres, hay esperanza. Y depende de qué mujeres, el sexy se dispara. Un hombre leyendo a Maggie Nelson, Annie Ernaux o Caitlin Moran: +10 puntos. Pero ojo, que no sea un performativo. Hay una diferencia entre el que realmente disfruta esos libros y el que te suelta en la primera cita: "Yo he leído a Virginie Despentes, ¿eh?" esperando un premio. Cuidado con el “aliader profesional”, ese que dice que te apoya mientras no suelta ni un milímetro de privilegio. Esos me dan más miedo que los que van de cara.
¿Crees que hay una epidemia de lectores masculinos performativos, sobre todo con la literatura feminista?
Totalmente. El “aliader” de pose es una plaga. Conocí a un tipo que compraba libros, les hacía la fotito para Instagram con un café bien puesto y luego no leía ni uno. Subrayaba una frase aleatoria, la añadía a la foto y se tiraba el rollo. Luego hablabas con él y rascabas un poco... vacío absoluto.
Lo peor es cuando esto se mezcla con el feminismo de escaparate. El que se pinta las uñas de negro, se pone un tote bag de "La casa de Bernarda Alba" y va de defensor de la causa mientras sigue sin recoger su plato de la mesa. Prefiero a un honesto desastre que a un tipo que cree que leer a Chimamanda lo convierte en un ser superior.
Punto #4 Invitación
Llevo unos días de locos. No es una queja, es por acumulación de diversión y me gusta. Pero voy cansada. De vez en cuando necesito desactivarme y apretar el off en mi cerebro. Entonces, selecciono un tema que no me haga pensar y me entrego por completo. Solo quiero procesar imágenes. Ni palabras, ni canciones, ni ideas. Expulso todo pensamiento. Es como echar un chorrito de fairy en una olla grasienta y ver cómo el gel verde elimina esa capa pegajosa.
En momentos así, las fotos de Instagram y Pinterest son mi jabón. Larga vida al scroll infinito de temas concretos. Hoy, invitaciones creativas de las grandes firmas de moda. ¡Tachaaaaán!









Punto #5 Sentir
Durante años pensé que una de las cosas que más daño le hizo a mi familia fue tener un restaurante. No ver a mis padres en horarios normales, sin vacaciones en verano, domingos, festivos, ni cenas tranquilas en casa todos juntos. Cuando todo el mundo celebraba, ellos trabajaban. Mi padre se dejaba la piel en la cocina mientras mi madre lo daba todo en la sala. Nosotras, en un McDonald’s un 25 de diciembre, con un Big Mac, patatas y Coca-Cola grande porque no queríamos ocupar una mesa con el restaurante lleno y verlos liados a lo lejos aunque estuvieran cerca.
Lo odié. Lo maldije. Los culpé injustamente. Fin de semana sí, fin de semana también, esperando que sonara el teléfono: “Ha entrado un diez, baja a ayudar.” Moto y hacia el Ca l’Amic. Tenía catorce, quince, dieciséis años. Lo pasé mal, pero mi hermana lo pasó peor y eso nunca me lo perdonaré.
Durante mucho tiempo pensé que aquello me había robado algo. Y sí: me robó cierta idea de familia, de rutina, de normalidad. Algo que ahora veo por el retrovisor y entiendo que no era tan ideal. Porque las otras familias no eran mejores, ni perfectas, como yo creía entonces. Y un día, sin darme cuenta, empecé a mirar todo aquello desde otro lugar. Más tierno, más justo, más agradecido. Me di cuenta de que me había enseñado algo que no todo el mundo sabe, algo valioso.
Me llevaban a restaurantes donde no había niños entre semana. Con seis años, mi plato favorito era el steak tartar y me saltaba el colegio para ir a Francia a comprar magret de pato y quesos. Aprendí a hacer terrina de foie, también carpaccio y cortaba olivas negras para mezclarlas con mantequilla, meterlas en tarros redondos y servirla con bollitos de pan caliente. Entendía procesos, sabores, texturas.
Hace poco cambié la rabia por gratitud hacia mis padres por el esfuerzo que hicieron para sacar adelante su sueño. Y, sobre todo, por haberme enseñado desde tan pequeña algo que hoy es un pilar en mi vida: la importancia de comer y emocionarme con la comida. Porque la comida emociona. Y no de una forma cualquiera. Que se lo digan al chico que rompió a llorar al probar la tortilla de patatas en l’Anxova Divina, el nuevo restaurante de Uri, porque le sabía igual que la de su abuela. O a mi padre cuando prueba unos huevos fritos con patatas como los que hacía la tía María en el cortijo con aceite del bueno. O a Víctor, que le brillan los ojos cuando su hermano flipa con un rabo de toro perfecto y, entonces, él también se emociona, pero no por el plato, sino por la reacción del otro.
Tener ese conocimiento, el de los sabores, los recuerdos, las texturas que tocan algo dentro, es tener una sensibilidad especial. La que te permite distinguir cuándo un plato está bien hecho, la que te conecta con algo profundo, íntimo, esencial y que te hace reconocer a los que también tienen ese don. Los que comen y sienten.
Hoy pienso que, aunque no tuvimos una familia como las demás, sí tuve una suerte que no todo el mundo puede contar. Porque esa cocina, la del restaurante, la de casa, la que dolía y emocionaba, me dio una cultura gastronómica sólida. Una sensibilidad especial. Una forma de mirar, de saborear y de relacionarme con personas que también han vivido eso. Una especie de regalo que no supe ver en su momento y que hoy me hace sentir afortunada.
Punto y aparte
El día 25 estrené una nueva sección de esta newsletter: “Cinco Puntos con…” La primera entrega es con un invitado de lujo y te la dejo a un solo click.
Ayer salió el disco de una de mis artistas españolas favoritas: Queralt Lahoz. Me la descubrió mi hermana en un concierto de tarde y su último trabajo es de los álbumes más bellos que he escuchado este año.
Si quieres leer el artículo que escribió Marita Alonso sobre los hombres y el leer, aquí lo tienes completito.
Había oído hablar mucho del tobogán que Miuccia Prada tiene en su oficina, pero nunca lo había visto. Hay que ser muy jefa para hacer algo así. Me ha encantado.
Si tu personaje favorito de The White Lotus es la madre pastillera, quizás te guste saber que una de las pelis más icónicas de Parker Posey, “Party Girl”, está enterita en Youtube.
Y hasta aquí la entrega de abril. Volvemos con el podcast el día 15 y con “Cinco Puntos con…” el día 25. No le quedan más cincos al mes, he tocado techo.
¡Besitos!
De todo lo que en la niñez, nos parece malo, o no tan bueno, podemos sacar algo positivo y con el tiempo valorarlo. Gracias Leti.
Me encanta leerte.