Cinco Puntos by Letibop #5: El verano es para los valientes
Qué gusto. Ahora sí que sí. Estamos más guapos, tenemos la piel tostada y la ropa es ligera. Es tiempo de helados, de comer al fresco, estirarnos en toallas con rayas azules y aprovechar la jornada intensiva para acercarnos a una exposición bonita. De todo eso va la newsletter de julio. En el punto cinco me abro en canal, me pongo intensa y bastante cursi, pero qué le vamos a hacer, en verano siempre pasan cosas.
Enciende el ventilador, sírvete algo frío y quítate las chanclas.
Espero que disfrutes de los cinco puntos de este mes.
Punto #1: Los helados de mi vida
Los helados definen, aportan carácter y muestran tu personalidad. Es mi teoría y he venido a defenderla. Para demostrarlo voy a hacer un repaso a los helados más importantes de mi vida, esos que han marcado los veranos desde mi más tierna infancia. Ay (suspirito), qué grandes momentos hemos pasado juntos.
El polo Flax
Todo empieza en la tienda de chucherías Glasé, al salir del colegio con apenas cuatro años. Ahí estaban los polos a duro inventados por Evaristo Burgueño. Fresa, limón, naranja, lima, cola y piña. ¿Alguien compraba el de piña? Agua con colorante y sabor a frutas en un tubito de plástico, aunque si algún día las frutas saben a eso estaremos al borde de la extinción. Sin complicaciones, como la vida cuando tienes esa edad. Mi corta existencia no me había permitido probar demasiadas cosas y aquel aguachirri congelado me parecía exquisito.
Popeye y Calippo
Sigo siendo una cría, pero la paga semanal me permite algún exceso que materializo saltando al clásico polo de palo o desfasando con el Calippo, siempre de lima-limón. El juguito del fondo con casquetes polares semi deshechos eran el caviar de los 90. ¿Su consumo? Un clásico: reservar el liquidillo, rematar de un tragazo y pringarme los labios. Subidón de azúcar al instante.
Boomy
Me incomoda comer Calippo en público, es 1994 y Frigo ha creado el mejor helado de todos los tiempos, el Boomy. Nunca nada lo ha superado. Absolutamente nada. Una fresa, un limón y una naranja con textura de sorbete que se deshacen mientras lo chupas. Suena bien, ¿verdad? Pues fue un fracaso que solo aguantó tres veranos. No porque no gustara, fue un éxito de ventas, si no porque la reproducción de las tres sublimes frutas era demasiado costosa y Frigo lo eliminó de su catálogo. Una experta como yo te dirá que la receta se utilizó en el Twister de segunda generación, pero aquel torbellino con tres sabores no era lo mismo, estaba lejos de alcanzar lo sublime del Boomy.
Magnum
El paso de la infancia a la adolescencia lo marca el verano en que pedí mi primer Magnum. Había madurado, pasaba de colorines y era una persona nueva. En casa eran muy de Almendrado, pero nunca entendí ese chocolate con leche dulzón y la vainilla empalagosa -aunque me los comía a pares-. El Magnum Frac era el mío. Pura elegancia materializada en fino chocolate amargo con un crujido perfecto y ligera nata. Minimalismo y buen gusto. Un señor helado.
Häagen-Dazs y Ben&Jerry's
Etapa universitaria. Las buenas notas se celebraban con una tarrina de vainilla y nueces de macadamia o cookies. Durante la temporada de exámenes me bajaba una pinta de dulce de leche sin inmutarme -excepto cuando vomitaba tras haberlo devorado en 15 minutos-. Descubrí lo golosón del Chunky Monkey en una visita al badulaque de la plaza y me marcó tanto como el Cookie Dough. Sí, las tarrinas son mi vida entre los 18 y los 22.
Cucurucho
Etapa actual, acercándome peligrosamente a los cuarenta, helados artesanales. El de pistacho es mi básico, imprescindible, lo pido siempre y lo comparo. Es el LBD de los helados. Otros grandes descubrimientos recientes han sido el de cacahuetes con salted caramel, el de anacardos y el de coco. Me tira el fruto seco, eso es así, pero la combinación de sorbete de limón y fresa nunca pasará de moda.
No me gustaría cerrar este punto sin dar las gracias a grandes compañeros de viaje que quizás no hayan marcado una etapa concreta pero no dejan de ser importantes: Frigopie, Súper Choc, Drácula, Mini Milk, Cool Bits, Mikolápiz, Pirulo, Winner Taco y Maxibon, siempre estaréis en mi helado corazoncito.
Punto #2: Verano en Nápoles
Hay estampas que, por simples que parezcan, se convierten en mágicas. Hace unos días, paseando por Instagram, me topé con uno de esos diamantes en bruto. Se trata del vídeo de una familia -o quizás sean amigos o vecinos- en pleno banquete al aire libre. A través de un plano cenital, mitad al sol y mitad a la sombra, degusté los platos en bandejas de aluminio: lasaña, polpette al sugo, berenjena parmigiana, friarielli y pan para rebañar todo. Puedo oler el sofrito desde mi sofá. Estoy salivando.
Las sillas de plástico cubiertas por toallas todavía húmedas sostienen cuerpos torrefactos embadurnados de aceite solar y licra. Ellas con el cabello recogido en el clásico moño de playa, ellos con cadenas doradas golpeando el pecho y algunas gafas de pastillero. Manos que acercan el plato al vecino, servilletas estrujadas para limpiar los restos de grasa en la comisura de los labios y cuchillos que se comparten. Una escena que refleja lo que en mi cabeza es el verano en Nápoles.
Si te gusta esta estampa, te recomiendo que eches un vistazo a la cuenta de Instagram de Sam Youkilis, un fotógrafo y cineasta con una forma de observar diferente, especial. De esos que mientras camina se toma dos minutos para detenerse y ver lo que sucede a su alrededor. Vale la pena.
Punto #3: Toallas, sábanas y rayas
Un día eres joven y otro día te pasas 45 minutos decidiendo si es mejor comprar un albornoz de rayas moradas y rosas o un juego de elegantes toallas blancas con rayas azules. Sí, ha sucedido. Yo, que nunca había tenido en cuenta el gramaje o la composición de ningún téxtil he sucumbido a la suavidad, peso y tacto de la ropa de hogar de Tekla.
No tienen nada y lo tienen todo. ¿Cómo una simple toalla blanca con franjas azules puede gustarme tanto? ¿Por qué mi albornoz que me ha acompañado durante años ahora me parece poca cosa? ¿Qué los diferencia de la toalla de Ikea? Algo, ahí hay algo que me cuesta explicar.
La firma nació en Copenhagen en 2017 y hacen toallas, sábanas y mantas con un diseño básico y funcional. Lo que me llamó la atención es su simplicidad. Materiales de primera calidad y piezas concebidas con perspectiva atemporal. Están hechos para durar.
Punto #4 : Carinyosament, Joan
No todos los artistas que admiro me caen bien. De hecho, hay bastantes que si los conociera estoy segura de que me caerían un poco mal. Demasiado ego, ínfulas, vanidad. Pero no importa, no tengo problema en separar artista y obra. No quiero que sean mis amigos, quiero que hagan cosas que me gusten. Puedes ser el peor de los tiranos, aunque si escribes, compones o diseñas algo que valga la pena, ahí me tienes.
Pero, y lo bonito que es cuando encuentras a un artista que además de tener una obra increíble es buena persona? Te cae bien y ves la bondad en los detalles. Justo lo que me pasa con Miró. Adoro al abuelito Joan y me gusta todavía más después de ver la exposición que acaba de inaugurarse en su fundación, “Miró. El legado más íntimo”.
Un domingo por la mañana aproveché la invitación para tomar el aperitivo en su terraza y echar un vistazo a las más de 180 piezas expuestas. Cuadros, cartas, postales, dibujos preparatorios, fotografías y 59 obras que la familia ha cedido recientemente. La muestra se divide en tres colecciones que Miró reservó en vida para su mujer, su hija y sus nietos (es que no puede ser más mono). Es en las pequeñas piezas donde se aprecia la humanidad del artista. Esa dedicatoria a su mujer, ese comentario sobre su hija, esa apreciación de la naturaleza. Ay, lo quiero mucho.
Si te apetece, puedes visitarla hasta finales de septiembre. ¿El plan perfecto? Subir caminando desde Plaza España, pasar por el MNAC, dar un paseo por Montjuïc -ojo con la colección de esculturas al aire libre en cada rincón- y recorrer la exposición. Te recomiendo hacerlo a última hora de la tarde. Desde la terraza, con la puesta de sol, las vistas son espectaculares.
Punto #5: El punto más cursi del mundo
El título lo dice todo. Después de esto puedes llamarme intensa, flipada o sensible, pero me apetece sacarlo. Estoy aprendiendo a vivir con ello, a dejarme llevar, a no obsesionarme, pero me enamoro todo el rato. Algo me llama la atención, se mete dentro, me atrapa y no me suelta. Con las personas es más fuerte y menos frecuente, pero cuando me da, es brutal. De cosas me enamoro cada día y es algo más ligero.
Me enamoro de golpe, sin esperarlo, por sorpresa. De un ramo de flores, de una frase, de una canción que suena en una fiesta. En el Sónar, del chico de París y de lo que está pasando. De cómo se ríe a carcajadas una abuela en el mercado, de la luz en los edificios que se ven desde el balcón y del sol de verano.
Creo que está relacionado con la perspectiva, con detenerse y contemplar la belleza de las pequeñas cosas (cursi alert). Dar más peso a lo que sí y menos a lo que no. Me consuela pensar que no estoy sola en esto. Que hay más raritos por el mundo que se paran ante una pila de muebles viejos en la calle y los encuentran preciosos. Hockney, artista adorado en esta newsletter, lo explica aquí. Puede haber belleza incluso en unas colillas espachurradas en el suelo. Donde unos ven libertad, otros ven peligro. Todo depende del enfoque, de las ganas y del punto de vista.
Hay una escena de la película Jeux d’Enfants -Quiéreme si te atreves- que explica bastante bien el subidón que siento al toparme con algo que me gusta mucho: “Felicidad en estado puro, bruto, natural, volcánico, qué gozada. Era lo mejor del mundo. Mejor que la droga. Mejor que la heroína. Mejor que el costo, coca, chutes, porros, hachís, rayas, petas, hierba, marihuana, cannabis, canutos, anfetas, tripis, ácidos, LSD, éxtasis. Mejor que el sexo, una felación, que un 69, una orgía, una paja, sexo tántrico, el kamasutra, las bolas chinas. Mejor que la Nocilla y los batidos de plátano. Mejor que la trilogía de George Lucas, que la serie completa de Los Teleñecos, que el fin del milenio. Mejor que los andares de Emma Peel, Marilyn, la Pitufina, que Lara Croft, Naomi Campbell y que el lunar de Cindy Crawford. Mejor que la cara B de "Abbey Road" , que los solos de Hendrix, mejor que el pequeño paso de Neil Amstrong sobre la luna, el Space Mountain, Papá Noel, la fortuna de Bill Gates, los trances del Dalai Lama, las experiencias cercanas a la muerte, la resurrección de Lázaro, todos los chutes de testosterona de Schwarzenegger, el colágeno de los labios de Pamela Anderson. Mejor que Woodstock y las raves mas orgásmicas, mejor que los excesos del Marqués de Sade, Riambaud, Morrison y Castaneda. Mejor que la libertad. Mejor que la vida".
Lo he dicho al principio, soy una cursi. Y que dure.
Punto y seguido
Venga, esto es como el juguito del Calippo que comentaba antes. Es el final y está rico.
La banda sonora de este mes no tiene ningún tipo de sentido, pero está bastante bien.
Me alegra comprobar que todavía queda gente con criterio capaz de abrir un change.org para pedir que el mejor helado del mundo vuelva. Gracias Javier Cava, tienes mi voto.
Si te han gustado las fotos y vídeos de Sam Youkilis, puedes comprar sus prints aquí.
Mientras llegan las toallas de Tekla (sí, al final ganaron ellas) sigo ojeando su Instagram. Es que además tienen unas fotos preciosas.
Una curiosidad relacionada con Joan Miró. Los cinco puntos del logo de esta newsletter se los robé a una de sus obras, concretamente me llevé una parte de Bleu II. Carinyosament.
Hasta aquí cinco puntos de julio.
Gracias por leerme. Nos vemos el 5 de agosto. Aquí no se cierra por vacaciones.
Si te apetece hacerme cualquier comentario me encontrarás en newslettercincopuntos@gmail.com.
Me hace mucha ilusión saber qué te ha parecido.